Sobieski De León Lazala
La poesía de Geraldo Castillo Javier, tiene algo importante que decir.
Su poemario “Salmos Apócrifos” nos recuerda como si no hubiera muerto, a César Vallejo. Eso no es pecado sino por el contrario un mandato de otro inmenso de la poesía universal, Walt Whitman, cuando expresó mirando con sus ojos visionarios:
“…poetas del futuro, vosotros tendréis que justificarme…”
El propio poeta de Las Matas de Farfán, provincia San Juan, lo testimonia sin enfado, casi con orgullo en el “Salmo Cuarto”, pág.11:
“…mira, ese hombre está cantando con mi voz. ¿Entiendes
la voz que está cantando en la ventana?. Deja que cuelguen
duda y búsqueda, que ese hombre no se repite aunque canta
en círculos con nuestra propia voz…”
Geraldo sabe, y eso basta, que “Salmos Apócrifos” son sus propios cantos aunque el insigne Darío haya tenido los suyos (“Salmos Paganos”) y Fello Méndez, el aeda sanjuanero dariano sus “Salmos Líricos”.
Como el poeta Tomás Castro (otro hijo de Vallejo) con su “Vuelta al Cantar de los Cantares”, Geraldo Castillo vuelve sus ojos a los salmos de ese libro considerado por muchos sagrado, que es
“… ¿Qué divinidad se complace en esta hoguera?
¿Por qué de plata las monedas, Señor? ¿Quién es mi prójimo?
Jesús era otra cosa, yo supongo…” (Salmo Vigésimo, pág.27).
Preguntadle a los verdugos asesinos de Gaza, de Sabra, y Chatila, de Dir Yassin y Kahr Kassen, autoproclamados “pueblo elegido de Dios” (Jesús era otra cosa, yo supongo…¿qué divinidad se complace en esta hoguera?¿quién es mi prójimo?).
La poesía de Geraldo es parabólica. Como si dijera: En aquel tiempo dijo el hombre a sus discípulos, en verdad en verdad os digo que más fácil entra un dragón por el ojo de una aguja, que un corrupto en el reino del pueblo…
Como en Tomás Castro y en el propio Cantar de los Cantares bíblico, su poesía se vuelve delicada y creativamente sensual y nos lleva al deleite a través de la profundidad conceptual. Aunque hayan presidentes pedantes que piensen que sólo ellos “conceptualizan”.
“…Nuestra mesa no está reducida a lo esencial. Sobre ella hago el
amor y he escrito: Por tu piel viajan como locas las hormigas…”
O esta dolorosa, sobria, humana y voluptuosa realidad:
“… ¿Quién no llora? ¿Quién no cede al llanto? A la curva del “ceno” la mano, vulnerable y humana cedo: A la entre pierna mi torrente, mi sanguíneo pulsar de coronada testa. Déjame ser vulnerable, tú que me remites al niño para enmendar mi errar…”
(Salmo Noveno, pág. 15).
La poesía salmística de Geraldo revela al educador que es, de cuyo ropaje no puede desprenderse. Sabe que la vida es lucha permanente y en la aparente intensión de negarse, se afirma:
“me niego al combate, no a la vida...” pág.21
Lucha a muerte contra el instinto que es la esencia común a todo animal existente incluido el animal humano. Los instintos están ahí, como río subterráneo indetenible, esperando siempre ser canalizado por la educación, o lo que es lo mismo el “condicionamiento pavloviano” hacia un destino civilizatorio. ¿De qué depende la humanidad sino de la toma de conciencia de los más lúcidos del género en peligro de extinción total?.
La lucidez es palabra presente en la enseñanza salmística de Castillo Javier, el poeta y maestro. Sus ojos ven como se le derrite el futuro a la humanidad de tanto ver pasar las cosas y no ocurrir nada (o algo):
“Hoy digo lunes como primavera, y los niños ven pasar los cartuchos de helados, derretidos los ojos contra el hambre…Hoy digo lunes como primavera, y hoy lunes de septiembre tres, el tiempo se aprieta en la memoria para nada, como para nada el saber…”
(Salmo Segundo, pág.9).
No cabe duda que el poeta es la lucidez y la conciencia, el augur, el profeta de los tiempos, aunque “…no tenga atuendo de profeta…” Y es en el aspecto social como dice Bosch, “el lujo de los pueblos”. El poeta es el nuevo maestro, el maestro de maestro, el filósofo último con su canasta no ya de “iras implacables” sino de amor y esperanza para todos.
Geraldo transgrede al tiempo y la gramática como enseñó Vallejo:
“Ese hombre muerto de antemano recoge flores anchas y amarillas, muerto de antemano, buscó encarecidamente la esperanza…”
Como si estuviera pensando en su alma en el Pueblo Palestino, y continúa cual una proyección del mismo pensamiento:
“…pero la ciudad nos va muriendo como un cause (escribe “cause” con “s” a propósito, fiel a Vallejo) al que lo dejan sin su arena! Lázaro murió dos veces y sin embargo! Muerto al Norte de mi estancia, yo leedor de tripas, viajo hacia la espera, y como hacia sí, el sol - donde la sombra de los árboles es bosque mecido por la oscuridad del viento a la plena obscenidad del crepúsculo, sucumbo…”
(Salmo Décimo-Octavo, pág.25).
La visión reflexiva del poeta no se queda en la derrota del Salmo Décimo Octavo, salmo triste y aplastante del hombre que nos recuerda las execrables e inútiles muertes palestinas de Gaza de este recién Diciembre del 2008. La tragedia de la humanidad acorralada. El Salmo Décimo Noveno (pág.26) es reivindicativo y proféticamente optimista:
“…El cadáver sabe que no arroja sombra, la imposibilidad de envejecer, de ser vencido en la memoria. La explosión fermentó toda la masa, un gramo de mostaza gravita su osamenta. Mutilado, lo transmuta todo a su sonrisa. El cadáver viaja hacia la multitud y dice: sólo de pan vive el hombre…”
Siempre Vallejo. Vallejo siempre, de pie a cabeza, ese autor que cada lector, indiferente de su ideología, quería apropiarse para sí.
Estamos en presencia de un gran libro. Salmos Apócrifos merece ser leído por todos aquellos que no se sientan ser superficiales, aquellos de pensamiento humanista. Se trata de un poemario “pequeño” con páginas de grandes intensidades e intensiones. Es un texto donde su autor exhibe madurez y se consagra como poeta con dominio de su quehacer poético.
(San Juan de
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