Monday, January 16, 2006
El Enfermero y la Maja (Cuento)
Por: Sobieski de León
“Zambullo mis ojos en tu vientre/ dame tus besos, tu cuerpo fiero / serán tuyos los silencios que hay en el amor/serán míos los pechos de tu flor…”(Rafael Emilio Pineda)
Aquella madrugada no pudo sustraerse de aquel cuerpo. Cuando lo llamaron fue y cumplió con su deber. La orden era asistir al cuerpo adolorido de esa mujer. Nunca supo cuánto dolor había en él ni pensó que aquello iba a atormentarlo. Pobre de su alma trastornada.
Cubierto con una sábana blanca que los poetas postumistas vieran primero (“….una sábana blanca serán tus días, una sábana blanca será mañana….”), como cubren los cuerpos muertos o las muertas estatuas debajo de la sábana, una maja desnuda.
Todo estaba preanunciado. ¿Será verdad que todo está escrito? Alguien escribió alguna vez en el libro de la naturaleza humana para que se repitiera lo mismo hasta el cansancio de los siglos.
Lo que habría de pasar, pasaría; lo que habría de venir, vendría. Todo estaba escrito. No había mas que una salida. Nada ni nadie podría detener las leyes de la vida. Nada ni nadie. ¿Quién clasificó los hechos? ¿Quién las edades? ¿Quién dijo “esto es bueno”, “esto es malo” ¿Quién exclamó por vez primera “resistid al llamado de la carne”?
La carne llama a la carne, no lo olvidéis. Poeta fue aquel a quien “atormentaba el deseo amoroso; asoció la física y la química arte, sentimiento tan indescifrable como permanente en todo humano. Gritó “¿no atrae atormentada la materia a la materia?” Así su cuerpo atraía a todos los cuerpos de todas aquellas a quienes conocía o encontraba.
Cuando levantó la sábana blanca estaba allí desnuda en su esplendor. Allí habitaba una maja denuda y frente a ella un inútil e indefenso Goya flechado de mal de amor. No lo puedo evitar. Creedle, no lo puedo evitar.
No recordaba haber pasado por algo igual en su vida de soledades. Había sido padre y abuelo. Trabajaba curando rámpanos y llagas purulentas; a veces curaba las heridas que habían suturado los médicos; hacía bien su papel de enfermero histórico; cuando apenas era un instante ya su padre andaba a lomo de caballo curando budas, lúes y linfogranulomas venéreos por campos y lomas. Curando todo tipo de enfermedad achacada al amor.
Ahora recordaba que Venus había sido elegida diosa en el Olimpo, monte griego donde moraban los dioses. Apolo y Mercurio, dioses ellos mismos de las Artes, la Medicina y el Comercio confusa e indistintamente. Venus, era diosa del amor. ¿Contemplaron alguna vez Apolo o Mercurio a Venus como Goya a su maja? Así ha debido ser.
Entre las piernas de Venus, su monte, segundo Olimpo designado por los hombres donde yacían los dioses; mientras que en Roma, Afrodita la equivalente de Venus, recibía en el Templo erigido en su honor a los hombres; allí transformaba las miradas de quienes la contemplaban en ardientes y afrodisíacas, se apuraban todos los cálices y se terminaba en el éxtasis.
Después venía la paz y el descanso de los mortales.
El ciclo se repetía. Así. Así debió ser siempre. ¿Cada qué tiempo se cumplía?.
Dentro de cada uno de los mortales habitaba Cronos lleno de pasiones legítimas dispuesto a estallar bajo determinadas condiciones cual Marte enfurecido, dios de las batallas y las guerras.
Ningún mortal resistió nunca al amor.
Después de levantar la sábana blanca, al enfermero lo poseyó una sola idea. Tenía forma de mujer. De maja desnuda. Los pechos lo aturdieron. Tenían una redondez contradictoria con la gravedad de la tierra y eran aréolas de mayor luminosidad que los amaneceres. ¡Que perfección la de los pezones! Y que tersura y fineza la de la piel. Elásticos eran sus movimientos y el espacio entre ellos como esperando una cabeza atormentada de hombre.
En esto tenía una similitud sin igual con la Maja de Goya. Pero había cierta contradicción en el rostro y en los cabellos; sin embargo, igualdad plana era la del vientre, la de la comba del vientre y aquella complementaria armonía, con la maravilla diminuta del ombligo que iniciaba una fugaz carrera de vellos aterciopelados hasta la misma corona ennegrecida del pubis, un Olimpo resurgido entre sus muslos y en medio, el discreto canal de las delicias con sus carnosidades frutales guardando la semilla del árbol del bien y del mal. Todo en ella y en su horizontalidad era como un ofrecimiento. Ella no lo sabía. Ahora no se podría decir quien sentía más dolor, si el cuerpo adolorido de la maja o el alma atormentada del enfermero.
Todo el día se lo pasó soñando. Soñaba despierto y en la noche que sigue aquel día, puesto que ya no pudo desprenderse de ella, durmió con su maja desnuda. Cerrando los ojos, la poseyó. A la mañana siguiente se despertó sin ella. Pero cuando volvió a cerrar los ojos ella se le apareció. Fue cuando preguntó
-¿Dónde vives?
-En Santo Domingo, respondió la maja y le contó un fragmento de su vida
Pero a él no le interesó. No le importaba lo que había sido de su vida en el pasado. Ni siquiera quienes eran sus padres o si tenía marido. Sintió un poco de celo al pensar en la frase “su marido”. Recordó al mismo tiempo que casi todos los heridos que llegaban a aquel lugar donde se encontraba ahora, habían sido víctimas o del alcohol o de los celos, o de ambas cosas a la vez. Curiosamente algunos procedían del lugar donde ella dijo haber nacido. Pero ya no le importaba nada o lo que pudiera pasarle. Estaba como emperrado con el cuerpo de aquella mujer. Su destino era ella. La quería para sí. Era lo único que le importaba. No podía negárselo a si mismo. No podía auto engañarse. Hubiera sido el colmo de la hipocresía. Esa mujer lo había enloquecido con su cuerpo y aunque luchaba y se resistía y asomaban todas las dagas del remordimiento y aunque todos los escrúpulos que había formado en su niñez le coronaban las sienes como a un cristo doloroso en su calvario. No podía resistir a sus intimos impulsos.
El, que estaba templado como el acero, no podía resistir . Y sin embargo hacía esfuerzos y mientras más se resistía más sentía que se resquebrajaba por dentro.
Abrió los ojos y se cambió de ropas. Se fue al trabajo. Ella lo persiguió hasta el mismo trabajo. Al entrar al edificio se le perdió por los intrincados pasillos. Logró llegar sin ser visto al vestidor: o al menos eso fue lo que pensó. Abriendo su armario personal buscó su uniforme de trabajo. Sintió deseos de orinar y fue al baño del vestidor. Mientras orinaba tuvo una alucinación. La vio entrarle por el caño de orina que salía de su uretra atravesando por su pene.
En el pórtico de sus vesículas seminales se detuvo.
Asustado interrumpió la micción y sin contemplarla se miró al espejo.
Detrás de él, riendo con una malicia insoportable, estaba ella. Salió huyendo de aquel lugar; estaba nervioso. Ya no sabía que hacer. Tomando los utensilios de su diaria labor se perdió en una habitación lejos del vestidor. Aquella habitación estaba llena de pacientes. Tal vez esto lo ayudaría a olvidar pero sobre todo a despistarla, a burlarse definitivamente de la persecución de que era victima. Allí sólo había mujeres y se sintió seguro.
Contó ocho camas para igual número de pacientes, cuatro ordenadas a la derecha y cuatro a la izquierda. Dos de las camas estaban vacías.
La primera cama de la derecha estaba ocupada por una operada de infección abdominal que llevaba ya varios días. Frente a ésta en la cama número ocho, había una figura fantasmagórica que parecía haber sido alguna vez un ser humano. Era un esqueleto con piel que aún respiraba. Tenía diagnóstico de neumonía pero en realidad tenía SIDA. Aquel diagnóstico era una forma camuflada de no llamar la atención de las gentes que visitaban o trabajaban en el lugar. El amor de una hija peinaba su larga cabellera en un intento vano de hermosear la Muerte.
Al lado de la sidosa se hallaba una mujer vieja sufriendo de anemia y al frente, vecina de la operada del abdomen, otra enferma entrada en edad con achaques propio de la vejez. La cama que seguía a la ocupada por la vieja anémica estaba vacía y la siguiente en esa misma dirección la ocupaba una joven de dieciocho años con una herida accidental en el vientre por arma blanca que estaba en observación clínica hasta determinar si el arma había penetrado o no.
La séptima cama frente a la muchacha herida, también estaba vacía. La última estaba ocupada por un paciente politraumatizada que había recibido numerosos rasguños y heridas suturadas en la Emergencia y que, esperaba pacientemente que la curaran.
El enfermero preguntó:
-¿Cómo le ocurrió eso?
-Verá usted, respondió la mujer que era una pobre campesina y joven, muy joven, bastante joven. Yo estaba tranquila en mi casa y llegan unos amigos del barrio y me dicen “vámonos a bañar a la piscina”. Pero yo no quería. Entonces me agarraron entre todos y me meten en la guagua.
Todos estaban bebiendo. Hasta el chofer iba bebiendo. Una mujer que iba a su lado también estaba bebiendo. La mujer le daba ron y lo besaba y él se lo bebía y besaba a la mujer. Todo el camino iban bebiendo y besándose. De pronto a la orilla de la carretera una zanja y yo que no estaba bebiendo le grito que se pare y los amigos míos con su bulla y con sus tragos y la guagua que rueda por la zanja y yo dentro de la guagua rodando, golpeándome en el cuerpo y la guagua que se vira y me tira al pavimento y yo guayándome toda la pierna, los muslos y de pronto el corre-corre, el gentío gritando que buscaran una ambulancia o un vehículo cualquiera para transportarnos a un Hospital y míreme como me dejaron esos locos.
¡Pobre mujer!
Colocando los utensilios en una mesita de noche el enfermero empezó a curarla. La mujer lo miró. El se detuvo un instante y también la miró. Observó que tenía el rostro de una adolescente avejentada.
Como agradecida ella le sonrió con una sonrisa algo extraña. Por qué le sonreía así?
Cuando el enfermero tomó sus pinzas con gasas estériles empapadas en yodo la pacienta hizo un mohín de desagrado
-No tema, no le dolerá, yo lo que quiero es que se sane
-Y yo lo que quiero es sanarme, repitió ella como un eco
Cuando lo dijo volvió a sonreír de la misma extraña manera
Tenía rasguños desde el tobillo de la pierna izquierda hasta la comba de la cintura del mismo lado encima de la cresta iliaca y por debajo del costado. Las excoriaciones se detenían a unos pocos centímetros del surco inferior de su seno izquierdo que ella dejaba al descubierto sin necesidad, cubriendo con la sábana su otro seno.
Miraba al enfermero y sonreía y a veces sacaba su lengua y se la pasaba humedecida en saliva por el labio inferior como cuando se saborea restos de azúcar o de algo apetitoso y dulce que haya permanecido entre los labios y el enfermero no sabía por qué ella hacía eso.
Toda la piel del muslo con su grasa se había levantado hasta la misma ingle, en la misma frontera de su sexo que estaba expuesto como una flor del sol.
Hizo movimientos instintivos por cubrir su pudor. El enfermero metió entre sus piernas una sábana embollada cubriéndole su parte más intima
-No se preocupe que ya la cubrí, le dijo tranquilizándola
Entonces señalando con su índice izquierdo la orilla de sus vellos púbicos y con voz melosa de adolescente ñoña pidió entre dientes
-Por ahí no me cure que me hace cosquilla
El enfermero obedeció mientras su seno izquierdo seguía libre ante la mirada de él ¿Por qué no se lo cubría de una vez?
Se volvió de pronto cariñoso.
-Veras chiquita que pronto sanarás
Cuando dijo “chiquita” lo hizo con una ternura desacostumbrada en su voz. Se sintió tan tierno como un niño en los pechos de su madre.
Aquella “chiquita” era toda una mujer. De eso no cabía la menor duda.
-¿ Tienes hijos?
-No, yo nunca me he casado
Las heridas estaban curadas y cubiertas de gasas. Empezó a ponerle vendaje desde el tobillo hasta cubrir por completo el muslo. Después había que ponerle algunas tiras de Z-O para que no se despegara.
Ella misma quitó la sábana que cubría la entrepierna descubriéndose el pubis y señalando el mismo lugar de antes y con la misma vocecita
-Por ahí no me ponga, por ahí no que me da cosquilla
Su sexo estaba expuesto a la inevitable mirada del enfermero
Sintió al terminar su trabajo una inquietud desacostumbrada en él que era muy estricto en su labor. Una atmósfera misteriosa, terrible, envolvió la habitación. era como si hubiese penetrado alguien o algo misterioso también. Sintió temor, mucho temor. Una especie de calor insoportables empezaba a asfixiarlo. Pero aquella mañana era fresca y no entendía y veía como en todo su interior se agolpaba la sangre. Se sentía mal, muy mal. Recurrió a sus principios, a sus reglas más rígidas. Pero parecía que nada podía contenerlo, que no era dueño de sí ni de la situación que se le presentaba. Quiso huir de nuevo como cuando estaba en el vestidor pero le era imposible. No tenía alternativa. Estaba acorralado por los cuatro costados. Ella estaba allí.
Ahora su presencia era más real. Era menos vaporosa y huidiza que la noche anterior cuando cerró los ojos y se le apareció como maja desnuda y la poseyó y se le escapó y volvió para perseguirlo hasta su trabajo en plena luz del día. Ahora ella estaba en la misma habitación donde él curaba a la traumatizada. Ahora no podía escapársele. Era como si ella desplazara a aquella otra mujer recién curada por él. Como si ocupara su lugar transformada en maja desnuda. No, no podía huir.
Ahora no podía huir. Su vida entera había sido una perenne huída. Había estado huyendo hasta de sí mismo todo el tiempo. De sus pensamientos, sentimientos y sensaciones. Tenía aprendido hasta la médula de sus huesos que debía huir de los malos pensamientos. En su infancia aquello era pecado. Su subconsciente le ordenaba que tenía que contenerse. Nunca debía tocar lo prohibido. Cuando lo tocó todo se volvió una sola confusión. La mujer herida politraumatizada. La maja desnuda que lo perseguía a todas partes desde que la descubrió debajo de una sábana blanca. Sus utensilios de trabajo. Las gasas. El esparadrapo. El pubis. El muslo excoriado con la piel levantada. El seno izquierdo descubierto al aire. El derecho cubierto por la sábana. Los vellos púbicos . sus principios morales. Las sonrisas extrañas de la mujer. Sus sueños despiertos. Su pene orinando y la alucinación del baño. Sus manos curando enfermos. Sus dedos temblorosos tocando en la misma puerta de aquel sexo indefenso en su hermosura. Oh aquellos dedos paseándose por donde querían. Aquellas palabras “por ahí no, por ahí no que me hace cosquilla”. Y ella quietecita en ese instante, tranquilita como mansa paloma. Como un ave sin edad ni tiempo.
¡Dios mío quiso gritar. Pero Dios no estaba allí ni en ningún lado.
Hacía mucho que Dios le había fallado. Ya no tenía dioses. El mismo era un dios atrapado en su Olimpo. No el de Venus sino el de su Maja Desnuda. Lo único que tenía ahora era confusión. Su horrible confusión propia de la condición humana. Aquella misma confusión de su niñez que afloraba otra vez en plena mitad del camino de su vida.
Estaba tembloroso. Sentía que le ardía el rostro. No era él. Ese que estaba ahí no era él. Creedme no era él. El era igual que una adolescente tímido y tan apacible en su vida cotidiana. Pero este otro era diabólicamente decidido. Aquel era un moralista de la Mierda y a
Éste no le importaban los convencionalismos sino su vida que era temporal y mortal . Aquel llevaba una espiritualidad pendejá que chocaba con la burla de la gente práctica, mientras que éste era un hombre con los pies en la tierra. Había tenido que aprenderlo así después de muchos tropezones y experiencias. Sabía que todas las oportunidades se reducían a una y nada mas que una en un momento específico. Su filosofía no estaba ni en el pasado ni el futuro sino en el ahora. Vivir el momento real era la única realidad existente lo que construía todo el resto de la existencia humana.
Serena, dueña de sí misma la mujer envuelta en su sábana habló de nuevo al enfermero.
-Usted está como nervioso. Y volvió a sonreír con la misma extraña sonrisa por tercera vez. Y fue como si lo estuviera burlando.
-Tú pones nervioso a cualquiera, murmuró él avergonzado
Se miraron los dos por primera vez frente a frente. No volvieron a hablarse. En lo adelante se hablaban con las miradas. Fue una conversación larga.
Hubo como algo convenido. Como un trato. Como si hubiesen sellado un acuerdo que ninguno de los dos iba a violar. Los dos estaban envueltos en una sola malicia inevitable. Ella sonreída y olvidada de su dolor físico. El destruido en medio de un gran dolor moral, psíquico, que lo acusaba.
Se marchaba ya de la habitación cuando lo llamó como se llama a un igual.
-¿Cuántos años tienes tú?
-¡Cincuenta y cinco!
-¿Y usted? Inquirió a su vez el enfermero con respeto
-¡16 años!
Y se metió en su sábana blanca.
Tomado de la Revista Monográfica Racimos de Uva, No. 128, San Juan de la Maguana, R.D, Marzo 2001.
*Suavemente se desnuda la música al través de los
trazos y el sonido, y se desprende alegre,
delicada y al mismo tiempo profunda.
La Musa Desnuda es la comunicacion
perfecta entre el amante de una obra
exotica y su creador al deleitarse con este
conjunto de caracteres especiales.
Es la máxima expresión de la pintura al
transmitir una sensación de querer cantar
y bailar una melodía acople con los nuevos
tiempos. La Musa Desnuda de Raimundo
Sánchez es una manifestación virtuosa
proveniente del alma de su creador,
donde los mas ítimos sentimientos del arte
pueden producir una obra tan agradable,
inspiradora y majestuosa hasta
embriagarte en un hechizo de plenitud y
satisfacción total. La Musa Desnuda al
solo mirala es la
música que podría escuchar cualquier
persona cuando se encuentra frente a ella
y al mismo tiempo el arte vestido de sabiduría.
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1 comment:
SALVANDO LAS DISTANCIAS...CUALQUIER PARECIDO CON ''ANATOMIA LIRICA'' ES PURITITA COINCIDENCIA. RELEVEME DOCTOR......
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