Sunday, October 01, 2006

RUBÉN LULO GITTE

Transportó las armas usadas en la guerrilla
de Manaclas
Su mayor orgullo es haber prestado eficientes servicios al levantamiento encabezado por Manolo Tavárez Justo pues entiende que cumplió un deber patriótico


POR ÁNGELA PEÑA
Aunque don Rubén Lulo Gitte ha estado involucrado en casi todos los movimientos políticos por la libertad del pueblo dominicano desde su oposición antitrujillista, fue a la guerrilla dirigida por Manolo Tavárez Justo contra el gobierno del Triunvirato a la que prestó sus más eficientes y resolutos servicios al transportar, sin ningún temor, las armas que servirían de lucha y de defensa a los revolucionarios.
Como miembro de una selección de voleibol se enteró en México de los horrores de la dictadura, al recibir una andanada de ropa interior de extranjeros que acusaba a la delegación dominicana de mujercitas y esclavos de Trujillo y ellos, para sobrevivir, replicaban : “No, Trujillo es nuestro Benefactor”. En ese grupo viajaba Johnny Abbes. Un amigo exiliado de don Rubén, Dominguito Pichardo, le contó lo que pasaba en el país, despertando su antipatía por el régimen. Luego, en 1965, Lulo Gitte apoyaría a Caamaño.
Su colaboración con el alzamiento de Manolo Tavárez Justo es un capítulo de su historia personal que cuenta con la satisfacción de quien siente haber cumplido un sublime deber de patriotismo. Pese a que estaba casado, contaba 28 años cuando su hermano Manuel, subcomandante del Frente de Los Quemados, uno de los cinco por los que se alzaron los combatientes, le encomendó la delicada tarea de transportarse a Santiago, desde Moca, para procurar tres cajas que llevó cubiertas de bloques de cemento y sacos de henequén al lugar donde Manolo y su equipo planificaban su ascenso a Manaclas.
Una camioneta del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos le sirvió para el cometido, pero su nerviosismo era tan patético que olvidó las instrucciones de enlodar la placa, lo que le provocó un incidente y posterior ubicación, gracias a Dios, después de haber cumplido el imperioso encargo.
Instruido en cuanto a las contraseñas, tocó a la puerta de la casa del lado Oeste del liceo Ulises Francisco Espaillat, de Santiago, donde le abrió un joven que le acompañaría a un comercio ubicado detrás del Palacio de Justicia, donde estaban ocultos los pertrechos. Desde ahí tomó las calles San Luis y Restauración, a las doce y quince pasó frente a la Policía, atravesó la Máximo Gómez, cruzó el puente Hermanos Patiño y llegó a la casa de los padres de Marcelo Bermúdez, otro de los combatientes, donde unos toques especiales de bocina eran el otro santo y seña de aquella empresa por el retorno a la constitucionalidad vulnerada con el derrocamiento del gobierno democrático del profesor Juan Bosch.
“Saludé, desmonté las cajas y regresé a Moca”. Pero don Rubén, que no pertenecía al 14 de Junio, sino al PRD, organización que a través de José Francisco Peña Gómez le había permitido colaborar con esa causa, debía cumplir otras misiones, y a la semana retornó al refugio de Manolo y sus hombres, ubicado en Bella Vista. Entre los primeros rebeldes que saludó fue a su entrañable amigo y compueblano Leonte Schott, a quien no sólo profesaba cariño sino que admiraba como un ídolo. “Me dijo: “estoy cansado de tantas barbaridades e injusticias” y le confió un mensaje para su madre, portador de revelaciones “muy íntimas, que después le trasmití”.
Estaban además Fidelio Despradel y Emilio Cordero Michel quien le pidió incorporarse a la empresa. “Le dije a Manolo que estaba dispuesto a quedarme, pero me contestó: ‘tú tienes que entregar ese vehículo, no puedes quedarte pues delatarías nuestra presencia en la montaña, danos tiempo para que podamos adentrarnos, además, no hay armas para ti, pero no te preocupes, que dentro de poco vamos a estar juntos y victoriosos”.
“En dos horas que estuve ahí me fumé una caja de cigarrillos Cremas, nervioso. Eso no era cosa de muchachos. Manolo estaba con el plano encima de una mesa dando instrucciones, y recuerdo que José Daniel Ariza, que era el único que se había puesto la ropa de chamaco, dijo: “Yo soy un soldado de la Patria y estoy dispuesto no solamente a morir, el primer campesino que se ponga en medio, de remolón, me lo llevo por delante”.
Entonces, comenta Lulo Gitte, “Manolo se paró y le dijo: “No. Las órdenes son las mismas: tenemos que tratar de ganarnos al campesinado para nuestra causa, tenemos que evitar el enfrentamiento con el ejército para poder penetrar y esperar a que se desarrollen los acontecimientos”. Porque, a mi modo de ver, comenta don Rubén, “ellos estaban esperando que se produjeran una serie de acciones de corte terrorista, en el ámbito urbano, pero fueron traicionados por los grupos que se habían comprometido con ellos, como por algunos partidos de la época y luce que también estaba metida la mano de organismos de seguridad e internacionales, como la CIA, porque el plan era descabezar el movimiento eliminando a Manolo, que era el símbolo de la juventud dominicana, del patriotismo”.
En ruta hacia Manaclas
Don Rubén Lulo Gitte era un devoto admirador de Manolo Tavárez Justo desde que comenzó a verle y escucharlo cuando iba a Moca como orador de los primeros mítines catorcistas. Todavía piensa que era uno de los pocos líderes dominicanos que estaba en política por el bien común, la igualdad y la justicia, sin ambiciones ni intereses personales. Lo admiró sin ser miembro del 1J4. Su mayor orgullo, hoy, es confesar que fue el último dominicano, excepto los que lo acompañaron en Manaclas, que lo abrazó en vida.
Dos encomiendas le quedaban pendientes: trasladar a los guerrilleros a la falda de la cordillera y al regreso, desaparecer sus vestimentas de civiles. “Había un juego de béisbol entre las Águilas Cibaeñas, campeones nacionales, y Los Tiburones de La Guaira, campeones de la Temporada de Invierno de Venezuela, los guerrilleros estaban esperando que se terminara para que partieran los tres vehículos y aparentar que era un grupo de hombres que salía del estadio, esa era la estrategia. Cuando terminó la pelota nos montamos, yo iba manejando una camioneta jeep de doble diferencial, era el primero, y llevaba al ingeniero Chanchano Arias y a un joven que le decían “El Guajiro” que era un fenómeno. Manolo dispuso que dos de los muchachos fueran con sus ametralladoras listas y ante cualquier eventualidad ¡fuego! Esos que iban conmigo llevaban sus armas dispuestas para disparar. En dos ocasiones Chanchano me mandó a parar, subió a un poste del tendido de los cables de la radio o del teléfono, y los cortó”. Llegaron al pie de la cima, todos cambiaron sus ropas, Manolo me dio la suya, la envolví en un bollo junto con la de otros compañeros, la pusimos en la camioneta y ahí le di a Manolo el último abrazo, o sea, que soy, sin lugar a dudas, el último de los dominicanos que abrazó a Manolo, salvo los que subieron con él. Le deseamos buena suerte y nos dijo que pronto nos veríamos triunfantes. Ellos salieron hacia arriba y nosotros tres (los conductores) nos paramos como a 300 metros, nos fumamos el último cigarrillo, nos conocimos: había un santiaguero y otro de La Vega, entonces partimos a 300 y 400 metros de distancia, uno del otro. Yo era el último. Tiramos los bultos por unos precipicios enormes”.
Un incidente peligroso
Pasando por el cuartel, un militar ordenó a Lulo Gitte que se detuviera pero éste desobedeció, apagó la luz del vehículo y se le tiró encima, el guardia se defendió retrocediendo pero un segundo vio el número de la placa “porque era una noche totalmente clara”, y dio el aviso. Lulo Gitte, sin embargo, pudo llegar a Moca a las siete de la mañana y dejó la máquina en una estación de gasolina. Al poco tiempo, un amigo empleado de Correo, también del IJ4, le advirtió: “tienes una hora para que te desgarites antes de que yo lleve este telegrama a la fortaleza”. Contenía la orden de detener a todo el que tuviera que ver con la camioneta.
Un vecino le prestó veinte pesos y viajó a Santo Domingo, internándose en la clínica de Alcides Bencosme, de ahí fue acogido en el hogar de don José Espaillat y su esposa, hasta que pudo salir con pasaporte falso hacia Puerto Rico donde aprovechó para hacer una maestría en Administración Pública.
Don Rubén es afable y su temperamento sereno contrasta con su valentía que aún le acompaña. Nació en Moca el 25 de abril de 1934, hijo de Emilio Lulo y Fajime Gitte. Está casado con Thelvia Liriano de Lulo, madre de sus hijos Orquídea, Rubén y Thelvia Fajime. Además de deportista, es un exquisito cantante. Graduado de Derecho en la Universidad de Santo Domingo en 1956, luego de luchar contra Trujillo se opuso militantemente al gobierno “corrupto” de los doce años de Joaquín Balaguer. Llevaba cinco años como síndico de Moca, hasta agosto de 2006, incluido el del gobierno de Caamaño que nunca ejerció, aunque tiene el nombramiento, “porque llegaron 42 mil turistas al país, sin visa”.
Piensa que tanto con Caamaño, a cuyo lado estuvo en abril, aunque no con las armas en la mano, como con Manolo, “la República Dominicana perdió dos grandes hombres, dos grandes líderes. Manolo era un hombre sincero, que amaba a su país. No luchó por intereses personales, pecuniarios ni de otra índole. Solo lo animaba el amor por su pueblo”.

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