Saturday, July 26, 2008

Primera Tertulia En el Patio del Doctor: Desde la mirada de una boricua






En horas de la tarde del viernes 18 de julio, junto a mi amada hermana Blanca, acudí a la casa ubicada en la calle Wenceslao #96, ambas invitadas por el poeta Sobieski de León. El patio de su casa sería el escenario de una tertulia. La propuesta era disfrutar de un encuentro en el que podríamos saborear una muestra de la creación literaria de escritores de San Juan de la Maguana y algunos otros del Sur. Estaba complacidísima ya que dos invitadas especiales para mí y a las que había conocido sólo a través de un libro (Contraolvido) – Mercedes Castillo e Ysabel Florentino- habían llegado de San Cristóbal y compartiríamos en la tertulia. La noche antes, casi por casualidad, había conocido a Sobieski. Entonces, conversamos largamente como dos entrañables antiguos amigos que se encuentran otra vez después de mucho tiempo sin verse, cuando en realidad era la primera vez que estábamos cara a cara.

¡Este poeta sí que es mago!- entonces me dije. Tiene la habilidad de encantar.

Al Patio llegué con la serenidad de una tarde fresca y ligera de un abril de mi tierra. Me sentí como quien llega a un rincón antes recorrido. Unos pocos árboles, yerba aquí y allá, paredes que enmarcan el cuadrado de la propiedad, sillas muy bien dispuestas con el fin de utilizar al máximo el espacio… Estaba lo suficientemente iluminado como para reconocer rostros y fulgores en las miradas.

Lo que sí no esperaba era la magia que irradiaba el Patio. La alegría, esa que sale del alma, fluía allí como fontanar. Sin estorbo alguno, el abrazo efusivo, la sonrisa cálida, la mirada transparente, la palabra de gracia dominaban el ambiente. El Patio era efluvio de solidaridad, fraternidad, amor. Ante mi sorprendida mirada, se había transmutado como por arte de magia.

Aquí pasa algo raro, pensé. Y mirando, mirando vi las llamas, unos fuegos.

Al conjuro de Sobieski, al filo de las ocho de la noche en punto y sereno, nos dispusimos a sincronizarnos con su espíritu para tender una mirada a las características de los escritores sanjuaneros en la literatura del Siglo XX. Les confieso que en ocasiones cerré los ojos para captar mejor el vuelo de los nombrados y sus ejecutorias. Tengo entendido que cuando se está ante el altar de las almas esto es totalmente permitido. Sentí, a la distancia, que voces de cuentistas esperaban una palabra. Esperé. Será en la próxima, entonces, al cielo estrellado decreté.

Finalizado el recorrido, y otra vez ante el hechizo de Sobieski, se dio la palabra de invocar otros espíritus: la de los sabores y olores de una exquisita cena ya sencilla y hermosamente dispuesta para los presentes. Las pócimas iban y venían. Recuerdo que el traje de Rubén tenía algo especial que atrajo a más de una. Bueno, en realidad, era otro momento conjuradamente espléndido para conocernos un poco más. Salvinia, Gina, Héctor S., Cordero, Washington, J. J., Mercedes, Isabel, César N., Cassandro, Rubén, Rannel, Virgilio, Canoabo, Figueroa, R. E. Caamaño, Clodomiro, Tulio, y otros, emanaban hermosura, irradiaban un no sé qué. Y Blanca tampoco se quedaba atrás.
¿Habrá búho encerra’o? indagué dentro de mí. No, no era eso. Continuaba el embrujo, de otra manera. Les tengo que confesar que me rondó la imagen del mundo que tenía un hombre del pueblo de Neguá del litoral colombiano, relatada por Galeano. Yo estaba rodeada de un mar de fueguitos. Así que, empezaba a entender. Era la hora de los fuegos. El hechizo fue total. Evoco todavía algunos de ellos:

Se irguió el fuego denso, apacible de César y a nosotros nos hizo sentar en su Banco de Otoño. Con su voz suave, oída casi en lontananza, lo acompañamos a mirar los rayos de un amor ya ido. ¡Qué cálido este fuego tan bien entramado!

Por su parte, el poeta Solano nos aprisionó, como lo haría un buen hechicero, en su fuego intensamente azul de enamorado, de acompañado de la soledad... ¡Qué gestos, casi nada, para no molestar!

El gran fuego maduro almagre y ocre de Cassandro desplegó su estela. Me conmovió intensamente otra vez con su cuento La Señorita Victoria. Tuve deseos de decirle que ese loco Abecedario de los contratiempos me tenía embobá’, en la luna; preguntarle en cuál noche de ronda había dado con El hombre de las cadenas. Nada, no pude hablar. No era mi turno. Habría que esperar.

Irrumpió el fuego hondo, amplio, rojo al vivo, azuzado por el calor y el húmedo viento azuano de Rannel que nos abrazó. No respiré. Su sortilegióroco verso nos hizo subir, bajar, alargarnos, achicarnos, expandirnos, amasarnos, escurrirnos... en fin, celebrar el Azua, gozarnos el Sur. Ardimos en su fuego. Logramos salir, aunque echando chispas.

Asomó el fuego majestuoso verde y blanco de Emigdio. Llegó preñado de ternura, galantería y patriotismo en sus versos y dulce voz. ¡Ah, qué fuego para alumbrar corazones tristes, qué llama que estimula esperanza!

Casi no faltaba nada del ritual de la noche. Sin embargo, todo aún presagiaba el fuego. Cuando de pronto, de una esquina- que no de la nada- se erige Virgilio- que no el de La Eneida, aunque de cerca le sigue si de soñar se tratara. ¡Qué fuego inmenso, qué estrella tan amplia! Se ondea en su gran reciente llama: Paraísos de la Nada. Y sin evitarlo- el hechizo era tal- el todo se hizo un solo fuego de la Nada. Me sentí saltimbanqui, no lo oculto, me confieso. Y me zambullí en espíritu, sin mediar palabra, a la llama musa de la Nada. Más viva que muerta salí de sus flamas.

¿Todavía hay más?, inquirí, y leí los signos en la hoja del ritual del evento. Rodeada en misterio quedaba una llama, la de Rubén. Ya la había visto destellar en algunos momentos durante la noche. A paso tenue nos brindó su fuego recién develado en la mágica noche del Patio. Se presentó como tímida luz, fuego poético en cierne, aunque maduro en otros menesteres. Hay materia prima para un buen fuego. Su fantasma, me cautivó.

Casi medianoche. No había tiempo para más. En verdad, quería que echáramos una miradita a los fuegos de las sancristobalenses Ysabel y Mercedes, al de Clodomiro, Canoabo, Cordero, Salvinia, Gina... Habían destellado en la autopresentación. No era posible en esa tertulia. Otras, vendrán.

Llegó el momento de echar caminos. Antes, ofrecí algunas chispas. Di mi palabra profundamente agradecida y felicité al mago mayor por los encantamientos. No, no sentí miedo, ¡para nada! Ya tengo experiencia - poca, sí- en estas artes de exorcizar.

Antes de que remataran las doce campanadas de la medianoche, literalmente saltó y se plantó en el medio- nadie lo anunció ni lo esperaban- un espíritu de fuego celeste que no quiso perderse la fiesta pascual que en nuestro ya Patio se solemnizaba. Quizá, recordaría su infancia en un patio de Sevilla. En boca de Virgilio, el de los Paraísos, nos deleitó el alma. Y nos puso Virgilio, junto al sevillano, otra vez a soñar caminos de la tarde... con Dios, los amores, las amistades, el mundo...

Amigos y amigas, vuelvo a confesarme: Abrí los ojos grandes para ver bien qué pasaba, y otra vez seducida, los cerré para no perderme nada.

Miré al espacio sidéreo indagando por José Enrique y Bismar, mis amigos fraternos de la bondad. Los extrañé. No obstante, rondaban sus fuegos.

Finalizado el embeleso, salimos del sagrado recinto y nos despedimos. Me fui quedita, pensado, sintiendo la magia del arte y su fuerza para transformar como por arte de magia.

¡Qué Patio! ¡Qué tertulia! ¡Qué Sobieski!

¡Qué espacio de magia! ¡Qué noche de fuegos! ¡Este Merlín sí que es poeta!- me dije. Tiene la habilidad de hacer soñar.

¡Que se siga haciendo divina brujería de ésta en San Juan de la Maguana y en todo el Sur!


Virginia Díaz Sánchez
Carolina, Puerto Rico
24 de julio de 2008

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